lunes, 15 de agosto de 2011

Una noche de verano

El sol estaba apareciendo en el cielo.

Pedro tuvo que guiñar los ojos, la noche de fiesta, el cansancio, la emoción  se juntaban en sus pupilas y le cegaban para ver el nacimiento del sol de ese nuevo día de Agosto. Se conocían de toda la vida, eso hacia una suma de más de treinta años en cada uno de ellos, habían acabado noches y comenzando días juntos sin sentir la necesidad de besarse, de abrazarse, de quererse. Pero algo había sucedido esa noche, que sus cuerpos se habían unido en el regazo del secreto.

El sol aparecía casi completamente redondo y con un todo amarillento totalmente definido, ya había perdido los tonos anaranjados del comienzo de su nacimiento diario.

Era hora de irse, se despidieron como habitualmente, sin miradas cómplices, sin caricias, sin besos, sabían que nunca hablarían de esa noche.

Quizá alguna otra noche de Agosto el sol volviera a engañar a la luna para que amanecieran juntos otra vez, pero eso sólo lo sabrían ellos y su cómplice el sol.

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