martes, 15 de noviembre de 2011

Palabras más, palabras menos

Él me dijo que me llamaría, que luego vendría y terminaría viéndome. Nunca lo hice, creo que ni llamó, ando a regañadientes con mi cabeza, yo intento olvidar lo más rápido que me permite el tiempo y ella trayéndome historias pasadas. Me acuerdo la grandilocuencia de sus palabras, las decía casi en verso, saliendo de sus labios como acariciando mi cuerpo, buscaba las palabras agudas para que retumbaran al compás en mi corazón.

Le creí. En el barrio donde crecí, allá en el Norte, siempre me enseñaron la verdad de las palabras, el poder de lo que se decía con ellas, la fidelidad a ellas; fueran agudas, llanas o esdrújulas.

Le estaba comentado estos pensamientos a Luis el otro día, mientras acariciábamos nuestros cuerpos desnudos con los primeros rayos de sol que cruzaban por los cristales, se me había olvidado bajar la persiana y correr las cortinas, lo que tienen las prisas. Él no había dicho nunca que me llamaría, ni que vendría, ni que acabaría viéndome y acostado en mi cama. Él sólo quiso estar conmigo, y no uso palabras agudas, ni las otras llanas, ni se perdió en la resonancia de las esdrújulas. Dejó las palabras a un lado y pronunció los hechos, y vocalizó los momentos y estuvimos hablando con nuestros movimientos, con nuestros roces, con nuestras miradas, con esas conversaciones que comenzamos y saboreamos.

Luis se fue, salió de mi casa el pasado sábado por la mañana, pero aún no ha salido de mi mente, sigo de regañadientes con mi cabeza, yo intento olvidar lo más lentamente que me permite el tiempo (algunas cosas) y ella trayéndome otras historias del pasado.

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